¿Es posible ser feliz?
“Felices los que piensan antes de actuar y rezan antes de pensar, porque no se turbarán por lo imprevisible”
Santo Tomás Moro
Hablar sobre la posibilidad de ser feliz es uno de los temas más complicados. ¿Por qué? Porque no se acaba de definir lo que es y significa la felicidad. Algunos señalan que está en el tener, otros se inclinan a pensar que en el ser.
Quienes sostienen que la felicidad se relaciona con tener dinero, salud, propiedades e incluso bienestar creen que al poseerlos arriban a la tierra fértil de la felicidad plena. Concentran su atención en adquirir esos bienes con la idea de alcanzar la felicidad, pero se encuentran con la sorpresa, de que no está allí.
Los que se definen por el ser llegan a niveles muy altos de amor y felicidad; demuestran con su testimonio que a pesar de las carencias, de no tener bienes materiales, encuentran la plenitud en su vida.
Hay personas que, teniendo aparentemente todo, buscan la felicidad lejos de la armonía de cuerpo y espíritu. Deciden buscar la euforia momentánea en la droga, sexo, alcohol… esas adicciones incontrolables que los llevan a la auto destrucción (como el caso de la cantante Amy Winehouse que falleció a los 27 años por el abuso excesivo de alcohol).
El Caso contrario, de amor a la vida lo vemos en Daniela García Palomer, joven chilena quien en 2002 y a sus 22 años, sufrió un accidente en un tren en el que se vio afectada en sus 4 extremidades. A pesar de este evento dramático que a muchos los podría llevar a la depresión, o al deseo de morir, ella externó su deseo de vivir.
Daniela decidió seguir adelante, terminar su carrera de medicina y lograr ser la primer médico en el mundo con sus 4 extremidades amputadas. La joven chilena no se concentró en lo que perdió sino en vivir su vida como un don hermoso recordando las palabras que le dijo su doctor: “Tu vida será lo que hagas con ella”. Posteriormente se casó con Ricardo Strube y escribió el libro Elegí vivir. Su testimonio ha servido de ayuda para muchas personas que se encuentran en situaciones similares.
La felicidad de la vida está en un abanico de posibilidades que conlleva días obscuros y días luminosos. Esto permite valorar los momentos de abundancia y aprender de las situaciones de estrechez. A valorar el amor porque se ha vivido el desamor; la paz porque se conoce la guerra; la comprensión porque se ha experimentado la incomprensión; a disfrutar la salud, y a buscar la enseñanza que está latente en una enfermedad; también a disfrutar una gran comida y en los momentos de hambre; aprender a crecer en la comprensión de nuestros hermanos que viven constantemente con esa necesidad vital que no logran satisfacer.
Y si la vida tiene luces y sombras… ¿cómo lograr ser feliz?
La decisión final está en nuestro interior, en la actitud que tenemos frente a la vida, en la forma en que afrontamos lo bueno y lo malo que se presenta, para sacar bienes de ellos.
Boecio define la felicidad como “el estado en el cual todos los bienes se hallan juntos”. ¿Y cuáles son estos bienes?, el primero y más grande es Dios. A partir de Él se busca hacer crecer otros bienes o virtudes, que son los valores hechos vida; el amor, comprensión, misericordia, honestidad, fortaleza, paciencia, lealtad, amistad, solidaridad etc. Buscar hacer buen uso de los bienes económicos, de la salud y de la prosperidad.
Si recordamos que “somos lo que comemos” podemos ver con más claridad qué alimento es el que nos nutre diariamente. ¿Son pensamientos, sentimientos y acciones que nos conducen al bien? Si es así vamos por el camino correcto que además nos lleva a la salud física, espiritual, psíquica y emocional
De manera constante tomamos decisiones sobre cómo vivir la vida. Si en cada acto se decide elegir el bien o el amor, llenamos la vida con la felicidad que procede del interior, de lo más profundo del ser humano. Allí es donde encontramos a Dios, a ese Dios que está presente también en los más necesitados, y que con su gracia logra que los ciegos enseñen a ver lo que los videntes no pueden ver, y que los sordos enseñen a escuchar lo que no escuchan los que oyen.